Mi noche empezó acompañada de ganas de escribir (deseando un poco también esa inspiración que complementa a las ganas y que rara vez ocurre en simultáneo). Un poco a modo de catarsis y un poco... no, sólo a modo de catarsis... últimamente es lo único que me impulsa a escribir. Poco tengo yo de habilidad para escribir con propósitos que van más allá del egoismo, como ser: hacer reír o dar a conocer, entre otros. Y hablo de egoismo porque en lo que a mí me concierne, la única que saca provecho de esto soy yo. A no ser, claro, que a los supuestos lectores de mis palabras les provoque algún tipo de placer ser partícipes pasivos de mis catarsis. Bueno, y ¿a qué venía todo esto? Ah, sí. A la catarsis del día de hoy. Rsulta que desde que escribí aquella pregunta que ocupó un entrada en este blog, me quedé pensando en la respuesta. Porque claro está que hubo algo que generó que la escriba en ese momento, pero también es cierto que no me pasó sólo esa vez. Y es francamente molesto.
Hay refelxiones que sólo existen para mí y que me llevan a conclusiones con las cuales me siento tranquilamente satisfecha, por decirlo de alguna manera... pero después tengo esa maldita necesidad o costumbre de hacerlas voz y... es el fin. Las reflexiones se liberan y flotan en el aire. Todo toma otra perspectiva: lo pequeño se hace gigante y se suma una opinión o dos o tres y más pensamientos se empujan entre sí para hacerse paso entre las conclusiones que quedan acorraladas, allá, entre sus propias refutaciones que las transforman en pseudo-conclusiones borrosas, inválidas y carentes de peso. Todo un sistema de autoconvencimiento se derrumba y mi vulnerabilidad está más latente que nunca: al dudar de lo que pienso, pierdo mi propia perspectiva generadora de seguridad. Maldita voz. Voz que no cumple otro propósito que el de debilitarme...
¿Quién iba a pensar que mi mayor enemigo no es más que el grito de mi (in)consciencia?
A esto lo leí anoche, medio dormida, y ya no recuerdo como para opinar, pero escribo igual. Hola (?).
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