Mi lunes fue una cachetada que gráfica y dolorosamente expresó "tu fin de semana se acabó". La facultad me recibió con una interesante clase de Lingüística de la que no entendí ni J y puso en evidencia mi gran necesidad de ponerme al día con la lectura del aburrido manual (lectura que no podrá ser efectuada hasta que termine con un bendito trabajo que tengo que entregar el viernes). Salí de la facultad sintiendo esa pesadez de las obligaciones varias que me esperaban al llegar a mi casa y cuando subí al auto recién bombardeado por desechos de un pájaro (o dos) con aparentes problemas intestinales, supe que a mis obligaciones se le sumaba ahora el tener que deshacerme de esas manchas que arruinaban la pulcritud del vehículo. Sí, ya sé, ¿cuánto puede llevarte limpiar eso? No es para tanto. Y no, no fue para tanto, pero tampoco fue fácil porque esos adorables animales se encargaron de que sus necesidades caigan decorativamente, abarcando la mayor cantidad de superficie posible. Y no quiero causarles repulsión, pero había partes terriblemente adheridas y otras terriblemente frescas (¿se entiende?). Cuestión que cuando había dado por concluída mi tarea, volví a prestarle especial atención a algo que parecía suciedad, pero en realidad era la pintura saltada, como si alguien le hubiese dado golpecitos al espejo retrovisor con un elemento punzante repetidas veces. Antes de entrar en cólera por buscar posibles culpables, me metí adentro y me puse a preparar el almuerzo. Entonces recibo un llamado de mi madre que necesitaba que fuera a buscar a su amiga a no-sé-dónde (en realidad sí sé, pero no tengo ganas de explicarlo) porque no entraba en el auto de ella. Comí lo más rápido que pude porque, a pesar de no estar para nada contenta de tener que salir de mi casa y perder tiempo en la ida y vuelta, odio hacer esperar a la gente (así como odio que me hagan esperar a mí, sobre todo cuando tengo cosas que hacer) Llegué al lugar indicado por mi madre dos minutos antes de lo previsto. Puse balizas, apagué el motor, me llené de paciencia y volví a encender la radio que me mostró el cartelito "on 20 min". Pasaron 5 minutos y nada... Pensé en llamar a mi madre, pero me dije a mí misma que no podía ser tan impaciente. 3 minutos después:
M.: ¿Ya saliste de casa?
Yo: Sí, mamá, ya estoy acá.
M.: ¡Ay! Mi amiga no fue al colegio, al final no viene.
Silencio.
M.: Volvete.
Yo: Sí.
Jamás contesté tan cortantemente. Me hubiese encantado que mi madre vea mi cara, pero escucharla con esa voz de "perdón hija, no me odies" hizo que no le grite con todas mis fuerzas. Volví a mi casa con una bronca que ni contar hasta un millón podía apaciguar y resignada a la idea de que mi lunes no iba a mejorar... Y no mejoró, pero afortunadamente, tampoco empeoró.
Sinceramente has tenido un lunes tan lindo... pero che, ¿cómo que no mejoró? Yo a la noche te escuché reir y todavía el reloj no había dado toda la vuelta y se había posado sobre el numero 12 así que era lunes aún... que desconsiderada que sos con la vida, vos pretendés 24 horas perfectas! jajaja... te amo!
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