No hay finales perfectos ni felices. Si fueran felices, no se llamarían finales. Y si fueran perfectos sería una mentira. Sólo hay finales… y ésos son los que, inevitablemente, dejan un vacío. La diferencia está en la calidad del vacío. Hay vacíos que torturan por una ausencia y hay otros que tranquilizan porque ya no queda nada más por decir y mucho menos por hacer. Dijimos adiós por última vez y me dirigí al lugar que había sido testigo de nuestros encuentros muchas veces. Sin saber por qué, pero con pasos firmes. Me vio llegar, me invitó a pasar y ahí me quedé. Lloré entonces y lloro ahora.
Por lo que fuimos y por lo que ya no es.
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