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miércoles, 1 de febrero de 2012

Oscuridad

La oscuridad se quiebra por esos bastones blancos con plumas de fuego. Mantengo la mirada fija en las velas y me hipnotiza ese movimiento casi imperceptible de la llama pequeña. Gotas acuosas caen por el tronco que sostiene la mecha y de a poco van formando un patrón sin lógica. La llama se tambalea, baila al son de una música que solo ella puede escuchar. Me atrae; no puedo quitar los ojos de ella. De pronto el tronco desaparece y queda un hilo negro flotando en cera líquida, caliente. La llama pelea por su vida, se mantiene amarilla y vívida…

…Hasta que la oscuridad vuelve a inundarlo todo.

sábado, 8 de enero de 2011

Hereafter

Desde hace unos días, los cordobeses tenemos la dicha de contar con otro cine en la ciudad. Alguien nos había conseguido 2x1 así que mis padres y yo teníamos la excusa perfecta para ir a conocerlo y, de paso, repetir una costumbre de sábados que se fue apagando con el tiempo: la de poder disfrutar de una película a la mañana, cuando no hay gente, y almorzar después en algún lugar de algún patio de comidas. Por supuesto que cuando estábamos a más de la mitad del camino, nos dimos cuenta de que habíamos dejado el 2x1 en el desayunador de casa, pero eso no nos hizo volver. Muy simpático el cine, muy prolijo y, lo que es mejor, muy vacío (nadie va a ver una película a las 11.45 de la mañana de un sábado) Parecía un derroche de energía tener una película marchando sólo para nosotros tres, pero ¿qué importa? Es la segunda vez que me pasa (La primera fue cuando vi una película francesa con una amiga de mi madre que se llama Hay un tonto en mi casa... y la sala para nosotras dos) Volviendo a la de hoy, una vez más, Clint demostró que sabe hacer películas. Y, curiosamente, el hereafter es un tema que me viene dando vueltas en la cabeza desde hace rato.

A veces está bueno esto de ser hija única.

viernes, 16 de julio de 2010

No es cualquier entrada

Era una mañana cualquiera, de un día cualquiera, de una semana cualquiera y hacía un frío cualquiera. Dos personas se detuvieron frente a la puerta de un bar cualquiera e hicieron caso a la orden pegada arriba de la manija. Aquel bar les regaló ese cálido resguardo por los minutos que les llevara acabarse el café con leche que iban a pedir una vez ubicados en una mesa cualquiera. Una moza los atendió. El pedido fue rápido, la exposición de facturas hizo fácil la elección. Hablaron de un tema cualquiera. No tenían apuro. El tiempo no los corría esta vez. La puerta se abría constantemente y le daba paso a una persona cualquiera... y a otra y a otra. Hasta que entró aquel niño, que no era cualquiera. Y se acercó a la mesa de aquellas dos personas que disfrutaban de la compañía mutua y del café con leche que calentaba sus estómagos. El niño fue a dar con él, que tampoco era cualquiera. Pidió... algo, no sé bien qué y tampoco tiene importancia. Enseguida él tocó su billetera y fue evidente que no quería darle plata (¿a dónde iría a parar lo que recaudara en el día?, había dicho alguna vez). Apoyó su mano sobre esa espalda débil y acercándose al oído pequeño, preguntó ¿Querés una factura? No hace falta hacer explícita cuál fue la respuesta del niño. Entonces él le pidió que lo acompañe hacia donde estaban en exposición un montón de facturas de las que el niño jamás imaginó poder elegir. La mano de él seguía apoyada cuidadosamente en la espalda del niño. Estaba un poco inclinado para no tener que hablarle desde arriba. Yo acabo de probar la de dulce de leche y es riquísima. No dijo gracias. Se fue. Ella sólo vio su espalda y su manito sosteniendo la factura que acababan de darle en una servilleta y no pudo evitar que los ojos se le inundaran de lágrimas. En todo momento la mirada de ella se posaba en él y después en el niño. Contemplaba con inmensa concentración lo que estaba pasando y disfrutaba hacerlo. Su corazón latía fuerte y sentía orgullo por la persona que hasta hacía unos minutos, estaba sentada frente a ella. Y allí volvía, como si no hubiese pasado nada. Como si lo que acababa de hacer no lo hubiese convertido en la mejor persona que ella había conocido jamás. Se sentó en la silla de la mesa cualquiera del bar cualquiera. Notó la humedad en las mejillas de ella y el agua en sus ojos; esos ojos que no dejaban de mirarlo. Él le devolvió una mirada con mezlca de dolor y humildad. Era lo que tenía que hacer... no hizo falta que lo diga.

Relato de un hecho verídico. Ciudad de Córdoba, 16 de julio de 2010.
Él se llama Matías.

domingo, 2 de mayo de 2010

No se puede esperar menos de un domingo

Tengo ganas de dejar volar mi creatividad con una cámara en la mano. De conocer paisajes nuevos y perderme en el tiempo en busca de la diversidad que el mundo tenga para ofrecerme. De pasar a la siguiente etapa. De no ahogarme en un vasito de agua; menos de alcohol. De descomprimir la mente. De preocuparme menos. De disfrutar más. De salir. De crecer. De días más largos. De poder no dormir. De ver todas las películas que quiero ver. De recuperar la memoria de hace unos años.
Y, a veces, hasta tengo ganas de volver a empezar, pero sabiendo cómo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Gotas para los ojos

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Terrible, pero hermoso.

viernes, 28 de agosto de 2009

Viernes 9 am

Olor a verano.
Soledad matutina.
Una mochila de obligaciones.
La palabra "posponer".
Uno, dos, tres, cuatro, cinco mates.
La yerba vieja, resultado de una vagancia festejada.
Una grata incertidumbre sobre las horas venideras.
La sonrisa delatora: vos en mis pensamientos, mis pensamientos en vos.
Un sabor a menta y un olor a shampoo recién enjuagado.
Las sensaciones de mi tiempo.
El sonido de una música susurrada.
Una inspiración que dejó de hacerse presente.
Una lluvia de ideas y la necesidad de convertirla en palabras.
Palabras, palabras...