martes, 16 de septiembre de 2008

Una suerte de Saramago


Ya no sé ni lo que hago, ¿a vos te parece?... Es una pérdida de tiempo. ¿Qué cosa? Pensar, pensar es una pérdida de tiempo. ¿Por qué lo decís? ¿En serio me lo preguntás? Sí, en serio te lo pregunto. ¡Porque sí! Porque no se llega a nada a no ser, claro, que los pensamientos se hagan voz y obtengas algún tipo de respuesta. ¿Y no pensaste que tal vez el pensamiento haya nacido para no tener respuesta? O mejor aún, ¿que haya nacido para que te preguntes y te contestes vos misma? ¿De qué hablás? No sé. Yo creo que tampoco. ¿Vamos? ¿A dónde? A donde sea, a donde no tengamos que pensar en nada. Eso es un tanto imposible. ¿Vos creés? No, yo sé. No, vos no sabés nada, sabés tanto como yo. Exactamente. Entonces no te hagas conmigo. No me hago, soy. ¿Qué sos? Lo sabés muy bien. ¿Lo sé? Sí. ¿Cómo lo sé? Pensá. Te dije que no quiero pensar. Y yo te dije que eso es imposible. ¿Cómo podés estar tan segura? Porque vos también lo estás. ¿Yo también? Sí, vos también. Bueno, basta. Andate. Vos no me dejás. Sí que te dejo, es más, te estoy echando. ¿Y por qué sigo acá? ¡No sé! Decime vos. Pensá. ¿De vuelta con lo mismo? Sólo vas a entender si pensás. Lo único que tengo que entender es por qué pierdo tiempo. No creo que “perder” sea la palabra. No importa lo que creas, chau. Sí, definitivamente ahora sí me voy. Lo sé. ¿Cómo? Porque pensé. Te dije que era imposible no hacerlo…

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